
El amor es la expresión de los propios valores y, más allá de una virtud, es la mayor recompensa que se puede ganar por las cualidades que se cultivan en la vida y en el carácter. Así, cada cual se sentirá atraído por aquella persona que refleje la más profunda visión de sí mismo, aquella persona cuya adoración le permita experimentar un sentimiento de autoestima.
Por ello, el hombre convencido de su inutilidad se arrastrará hacia una mujer que desprecia, porque ella refleja su propio ser y lo libra, al mismo tiempo, de su realidad objetiva en la que es un fraude prestándole una ilusión momentánea de su propio valor y su propia condena.
Por el contrario, todo aquel que se sienta orgullosamente seguro de su propio valor deseará a la persona de carácter más elevado que pueda encontrar, aquella persona a quien admira, a la más fuerte y difícil de conquistar; ya que sólo la posesión de una heroína o héroe le dará sentido de plenitud muy diferente de la posesión de una prostituta o perro descerebrado.
A su vez, amar a una persona por sus virtudes no tiene sentido, pues merecido lo tiene, se lo ha ganado; pero amarla por sus defectos es auténtico. En este amor sacrificamos lo más precioso e importante: nuestra conciencia, razón, integridad, el amor propio; para rendirle un verdadero tributo a esta especial persona.
La más alta virtud será la capacidad de experimentar la alegría de vivir en la misma forma que el otro la experimenta, en donde el deseo no es una respuesta corporal sino el triunfo de uno mismo y de la voluntad de vivir. Considero, así, pecado dejar la vida pasar sin hacer nada por conservarla y sin notar que el amor más noble nace de la admiración.